Volvió, sin fallar a su cita cinematográfica anual, el maestro Woody Allen. La obra se titula «Midnight in Paris» («Medianoche en París»).

Midnight in Paris, de Woody Allen
La cinta entra con un soberbio homenaje a París, mostrándonos por unos minutos planos generales de distintas partes de la ciudad, acompañados de una melodía de las que gusta el director neoyorkino. Los planos son hermosos y combinan muy bien con la música. Nos muestra los lugares famosos de la Ciudad de la Luz: Montmartre con la Basílica del Sacré Cœur y el Moulin Rouge, el Jardín de las Tullerías, el río Sena con algunos de sus puentes más famosos, la Catedral de Notre Dame, los Campos Elíseos y otras calles y parques no tan conocidos del barrio cosmopolita de Le Marais y el Quartier Latin…, para terminar, cómo no, con la omnipresente Torre Eiffel. A los que hemos tenido la fortuna de vivir en París la secuencia provoca una sensación de benevolencia, de la tranquilidad sosegada que proporciona el sentir lo afortunado que se ha sido de haber podido pasear por las noches, sin prisa, por sus empedradas calles y amplias avenidas, y de disfrutar de las mañanas por sus románticos parques.
Woody Allen nos proporciona una metáfora, la surrealista aventura de Gil, interpretado por Owen Wilson, un guionista de Hollywood amante de la Ciudad de la Luz, que tiene que cargar con Inez, la pija, paleta y buenorra de su prometida (interpretada por Rachel McAdams) y sus infumables, pijos y conservadores suegros. Gil sueña con trasladarse a vivir a París, visión que en nada comparte su futura esposa, deseosa de vivir en el Malibu de California. Las risas empiezan pronto, con los contrastes de tan singular cuarteto y se acrecientan después con la aparición del gafapasta más pedante que se pueda uno cruzar en vida: Paul (Michael Sheen), un antiguo «amigo» de Inez. Este Paul es tremendo… tiene una opinión para absolutamente cualquier cosa, ya sea pintura, escultura, arte, arquitectura… un auténtico pelmazo saboteador de la armonía y el decoro de cuya amistad sólo pueden presumir los peores paletos adinerados. Se atreve a corregir hasta a la guía profesional de un museo interpretada por la Primera Dama francesa, Carla Bruni.
Pero las auténticas carcajadas no comienzan hasta la medianoche, cuando surgen de forma posmoderna un «elenco» de figuras idealizadas y del ensueño de Gil,
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La película no se hace larga, mantiene la comedia dentro del surrealismo de la situación durante toda la cinta, y se disfrutan los paseos de la cámara por la ciudad, por el día y por la noche, con el Sol y bajo la lluvia. Se reconstruyen muy bien los ambientes de los Années Folles («Años Locos» o «Felices Veinte»), así como también la Belle Époque de principios del siglo XX.
Nos os la perdáis: Woody Allen siempre merece la pena, pero esta vez vuelve esa faceta suya de comediante de la sociedad actual que tanto añoraba.
4 comentarios
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Me ha encantado la película
La he visto ya 2 veces y es increíble porque cuando veo actuar a Owen Wilson, en realidad parece que es Woody Allen. Es que es clavado!
Un 10 para la peli!
Autor
Ha sido la vuelta del Woody Allen de siempre
Soy un gran admirador de Woody,pero me parece que hace tiempo que Allen nos ha contado todo lo que tenia que contar. Ahora, en la vejez y como muchos grandes directores del pasado (Fellini, Berlanga etc..)sus peliculas suenan a refrito. No es una mala pelicula, pero ya la hemos visto. La musica sentimental,las relaciones de pareja,los planos romanticos y, esta vez, recurriendo a un artificio narrativo,que, mas que un toque surrealista, lo que hace es forzar en exceso las situaciones no haciendolas creibles. Amen.
Autor
Totalmente de acuerdo, Carlo. El Woody Allen que amamos está en los ochenta…